Solsticio de invierno. Festividad celta de Yule

Este 21 diciembre tendrá lugar el solsticio de invierno en el hemisferio norte, el momento del año de mayor oscuridad en el que el planeta Tierra está más inclinado en relación con el sol, dando lugar al día más corto y la noche más larga del año. A partir de este día, la duración de los días irá incrementando y la de las noches, disminuyendo, paulatinamente. La palabra solsticio proviene del latín “solstitium”, que quiere decir “sol quieto”.

Los pueblos celtas muy ligados a la naturaleza creían en las segundas, terceras y hasta cuartas oportunidades y aprovechaban los dos equinocios (otoño y primavera) y los dos solsticios (verano e invierno) del año como momentos de profunda renovación interior.

En el hemisferio norte el solsticio de invierno marca el inicio de la estación fría y las celebraciones navideñas.

En la tradición celta, el solsticio de invierno era conocido como Yule, el cual traía consigo el renacimiento de los dioses y de los espíritus después de su muerte durante las fiestas del Samhain (Halloween). Tras Yule, los días empiezan a alargarse, por lo que esta festividad se celebraba tradicionalmente para convocar el retorno de la luz y dejar atrás la oscuridad.

El ritual más importante del Yule era la quema de un gran tronco elegido por el druida de la aldea, que ardía por 12 días aproximadamente. Cuando los celtas adoptaron esta costumbre, recogían normalmente un leño de roble después del solsticio de verano y lo guardaban hasta que, unos días antes de la festividad, lo adornaban con soles, figuras y símbolos mágicos en su superficie. En invierno los robles pierden las hojas por eso se adornaban con piñas de conífera, acebo, hiedra, muérdago y otras plantas siempre verdes que recordaban a la época de luz y pequeñas antorchas (velas), simbolismo del Sol. Las manzanas y las piñas eran otros elementos simbólicos utilizados para la ocasión, ya que representaban la vida después de la muerte y la fertilidad, respectivamente.

También era costumbre adornar las casas con hiedra, por dentro y por fuera, y poner guirnaldas de acebo y muérdago, para protegerse de visitas no deseadas empleando para los adornos el color rojo, símbolo del nacimiento por su asociación con la sangre del parto, y el verde, símbolo de la tierra, ya que se consideraba que al empezar los días a ser más largos era entonces cuando verdaderamente empezaba a resurgir la vida en la tierra. También se colgaban y se utilizaban campanillas que servian para ahuyentar a los malos espíritus.

Después de varios días adornado y colocado en un lugar de honor del hogar para que todos los miembros de la familia pudieran tocarlo y dejarle dulces y regalos, el gran tronco se prendía al ponerse el sol la noche del solsticio, siendo normalmente la madre quien prendía el fuego, y se quemaba lentamente entre hierbas aromáticas protectoras para festejar el renacimiento del sol y para atraer la prosperidad. Sus cenizas se guardaban con veneración, ya que se decía que podían curar enfermedades, y se solía guardar algún resto carbonizado para encender el fuego del leño del año siguiente. La festividad duraba hasta el amanecer para esperar al renaciemiento del Sol, durante esas horas se consumían panecillos dulces, vino y sidra caliente, se reflexionaba sobre el pasado y el futuro, se recordaban las personas y los tiempos pasados todo ello rodeado de un círculo de velas que eran apagadas en un momento de la ceremonia contemplando la oscuridad y volviendolas a encender de una en una, desde la más céntrica y en sentido de las agujas del reloj, para simbolizar la rueda que vuelve hacia la luz del día.

Hoy en día, uno de los rituales más populares del solsticio de invierno es la invocación al sol, simplemente encendiendo unas velas y pidiendo que entre la luz solar al hogar.

Vemos como una vez más las antiguas tradiciones paganas consiguieron fusionarse y sobrevivir al cristianismo y llegar hasta nuestros días como símbolos y costumbres navideñas que seguro que vosotros disfrutais tanto como yo.

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