Para muchos, la de San Juan es una de las noche más especiales del año, una fiesta llena de magia y tradiciones, con un marcado carácter brujeril y nombre de santoral, una fiesta con la que damos al bienvenida y abrazamos el, para muchos, deseado verano.
Se dice que todo puede pasar en la noche de San Juan. Su origen se pierde en el devenir de los tiempos, pero todavía hoy es fácil contagiarse del ambiente mágico que rodea a la noche de San Juan y que tienen su origen en la celebración ancestral del solsticio de verano.

La llegada del solsticio de verano puede darse entre el 20 y hasta el 23 de junio, dependiendo de las cercanías de un año bisiesto. El sol se hace poderoso a lo largo de la primera mitad del año, pero entre los días 20 y 22 de junio en el hemisferio norte alcanza su máxima plenitud y, después, empequeñece cediendo lentamente paso a la noche y acortando cada vez más los días, caminando hacia el otoño. El solsticio de verano representa la cosecha, la abundancia y la fertilidad, siempre con el Sol como protagonista y símbolo central. El sol es símbolo de vida y de luz, de él dependen las buenas cosechas y la abundancia en los campos. Por eso, cuando las culturas antiguas veían que los días se acortaban después del solsticio, temían la llegada de tiempos oscuros. Los rituales con fuego eran algo común entre todas las civilizaciones antiguas. Como símbolo del poder solar, el fuego era un elemento purificador mediante el cual se quemaba el lastre que nos impide avanzar en la vida.
Los rituales ancestrales se relacionaban estrechamente con los cambios estacionales y tanto los solsticios como los equinoccios son una oportunidad potente para unir nuestros ciclos interiores con los ciclos exteriores, y así fortalecer nuestro camino en la vida. La palabra solsticio quiere decir “el sol se para”. El solsticio de verano tiene que ver con ciertas posiciones en la órbita de la Tierra en torno al Sol. Dado que las órbitas son elípticas, hay puntos en que está más alejada o más cercana al Sol. Cuando el Sol se encuentra en uno de esos puntos más lejanos, desde la Tierra se ve como si el Sol estuviera en el mismo lugar sin cambiar de posición, como si se detuviera, de ahí el nombre de solsticio, que significa “Sol detenido”.
Los solsticios son una pausa, una oportunidad para reflexionar, evaluar y ver donde queremos ir. Son un momento para expresar nuestros deseos e intenciones, asimilar nuestros aprendizajes, y sentir nuestra conexión con el ciclo de la Tierra y el Sol. Cuando creamos un momento de pausa alrededor de los solsticios (y los equinoccios), somos conscientes de lo que estamos dejando atrás y hacia donde queremos ir. Para muchas culturas modernas, los solsticios y los equinoccios ya no son tan importantes. Las únicas personas que prestan atención a lo que ocurre en el exterior de forma regular son los neopaganos y los agricultores.
El solsticio de verano ha sido reconocido y celebrado por todas las culturas y civilizaciones a lo largo y ancho del mundo. De ello dan testimonio las grandes pirámides construidas por los antiguos egipcios de forma que el sol, visto desde la esfinge, se situase exactamente entre dos de las pirámides en el solsticio de verano o los famosos “círculos de piedras”, como el de Stonehenge en Gran Bretaña y el de Newgrange en Irlanda, perfectamente alineados también con la salida del sol en los solsticios de verano y de invierno. La celebración celta de Litha, fija el comienzo del verano y coincide con el solsticio. Representa la cosecha que la naturaleza nos regala y la recolección del fruto de lo que hemos sembrado a lo largo de nuestra existencia. La cultura inca celebraba su correspondiente solsticio de invierno con una ceremonia llamada Inti Raymi, que incluía ofrendas de comida y sacrificios de animales e incluso de personas. Por otro lado, recientemente los arqueólogos han descubierto restos de un observatorio astronómico en una ciudad maya enterrada en Guatemala, en la que los edificios estaban diseñados de modo que se alineaban con el Sol durante los solsticios.
Actualmente, relacionamos esta noche directamente con grandes fogatas y hogueras donde arrojamos en un papel donde se haya escrito aquello que se quiera olvidar. Pero, además del fuego, hay otro elemento que forma parte de este ciclo de renovación: el agua. Si el fuego renueva y purifica, el agua limpia y trae fertilidad, salud, alegría y felicidad. Se dice, por ejemplo, que a partir de las doce de esa noche el agua está bendecida y es milagrosa. Se realizan la noche de San Juan rituales de baño y limpieza en culturas de todo el mundo. En ciertos pueblos las personas acuden a bañarse al río o al mar buscando así atraer salud para todo el año. Según cuenta la tradición, se debe entrar en el mar de espaldas y sin ropa, para luego sumergirse varias veces seguidas. Para otros, no puede faltar el ritual de saltar las olas del mar de espaldas. Otros prefieren empaparse con el rocío en un campo solitario a la luz de la luna para curar enfermedades y mantener la belleza y la juventud. Según cuentan las antiguas tradiciones lavarse la cara a medianoche con agua de manantial nos mantendrá hermosos y jóvenes y quien camine descalzo sobre el rocío que cae esta noche quedará protegido de catarros y resfriados durante todo el año. También se dice que las aguas de fuentes y arroyos recogida a la mañana siguiente tiene poderes sanadores y aleja la mala suerte.
Los bosques solían ser visitados con frecuencia durante la celebración del solsticio de verano, pues se creía que era el mejor momento del año para recolectar plantas medicinales. Las plantas y flores recogidas en San Juan se dice que adquieren propiedades y potencialidades extraordinarias, tanto en el campo medicinal y de los remedios como en el terreno de la magia. Durante siglos los antiguos herboleros y vendedores de hierbas medicinales utilizaban como reclamo y garantía de efectividad el hecho de que hubieran sido recolectadas la noche de San Juan. Parece que esta efectividad tiene un fundamento astronómico, relacionado con las horas de insolación, que durante aquellos días se encuentra en el punto máximo al ser el día mas largo del año. En el solsticio de verano, el hemisferio norte recibe más luz solar que en cualquier otro día del año. La verbena, la salvia, la artemisa, la lavanda, el romero, la ruda y el hipérico —conocido también en algunos lugares como hierba de San Juan—son las variedades más recolectadas esta noche.

Este último, el hipérico o hierba de San juan (hypericum perforarum) es especialmente efectivo, porque por estas fechas tiene la flor en el momento de máxima concentración de principios activos (planta de la que os hable extensamente y de la que os invito a conocer todos sus secretos en la entrada que publiqué hablando de sus usos medicinales, historia y peculiaridades). También existe la creencia de que por la noche de San Juan las esporas del helecho echan un polvo de oro que solo se puede recoger con un pañuelo blanco. Las ramas de espino albar o fresno colocados en puertas y ventanas de una casa protegen el hogar contra los rayos. En la fiesta antigua de Litha era habitual el uso guirnaldas y coronas de flores, se hacían sombreros con las flores amarillas de la hierba de San Juan, girasoles y otras flores amarillas.
La noche de San Juan es uno de los ejemplo más significativo de como las sociedades cristianas absorbieron esta tradición de origen pagano, convirtiéndola en la conmemoración de la natividad de San Juan Bautista, quien había nacido, según lía Biblia, el 24 de junio, coincidiendo con el día próximo en que las antiguas civilizaciones celtas habían honrado al Sol. La leyenda del Sol y la Tierra fue reemplazada por el relato bíblico de San Juan Bautista, el santo que guardaba relación con el fuego haciendo referencia a la hoguera que su padre Zacarías encendió cuando nació, y al agua relacionándola con el bautismo de Jesús en el río Jordán.
Pese a este cambio, los cristianos no renunciaron a seguir encendiendo enormes hogueras alrededor de las cuales celebraban los ritos, ya que permaneció la costumbre de quemar lo malo para atraer lo bueno. Eso sí, siempre bajo la presencia de la cruz cristiana. De esta manera, se consolidó una celebración que mezclaba la tradición cristiana con el ritual pagano, hasta hacerse muy tradicional en todos los rincones del mundo.
Las tradiciones son una valiosa herencia vital y cultural, cargadas de simbolismo y significado, merecen respeto y que nos esforcemos en consérvalas y transmitirlas a las futuras generaciones. Espero que hayáis disfrutado leyendo esta entrada tanto como yo escribiéndola y que celebréis esta maravillosa festividad en paz y armonía y recibáis el verano con una sonrisa.