Cada estación del año tiene una invitación espiritual diferente que nos invita a conectar internamente con sus características.
El invierno es tiempo de recogerse, cobijarse y coger fuerzas. La primavera es tiempo de renovación y el verano de plenitud. El otoño es tiempo de maduración y culminación. El otoño representa la plenitud del año, entendiendo esa plenitud como símbolo de madurez.
En otoño la naturaleza desacelera su ritmo y prepara el camino para el silencioso letargo del invierno. La savia de los árboles se retira de las hojas y ramas, y vuelve hacia las raíces. Los animales disminuyen su actividad, comienzan a preparar sus escondites y madrigueras, y a guardar alimentos para sobrevivir los próximos fríos. Mientras la luz de la primavera es joven y agitada, la del otoño es sabia y madura. Los días se acortan y las temperaturas son cada vez más frías.

El otoño nos trae de nuevo las esperadas lluvias y con ellas despiertan de la Tierra los aromas olvidados con los calores de los últimos meses, el olor a tierra mojada, a humedad, a leña. Las hojas caen, aparecen algunas de las flores que se mantenían escondidas en los calurosos meses, es riempo de merenderas y azafranes silvestres, brotan las apreciadas setas, y maduran los últimos frutos; las bellotas, nueces, avellanas, algarrobas y castañas.
Como los animales nosotros también nos guarecemos en otoño, pasamos menos tiempo al aire libre y retornamos al fuego del hogar. En otoño nos retiramos del mundo exterior, física y psicológicamente, y nos volvemos hacia el interior. Al igual que la naturaleza nosotros también debemos prepararnos interiormente para el invierno.
El otoño es una estación para la reflexión y desapego. Es hora de agradecer a la madre Tierra las riquezas que nos ofrece, recoger las últimas cosechas y pensar en qué queremos sembrar en el campo y en nuestras vidas. En otoño, la naturaleza se desprende de todo de lo que no es esencial. Siguiendo sus pasos, nosotros debemos soltar lo que ya no nos sirve, nos impide avanzar o nos encadena.
El otoño es una suave y bella transición con un toque melancólico muy especial. El otoño nos invita a “soltar” y a “agradecer”; a soltar objetos, relaciones y sentimientos sin ningún arrepentimiento, para dar cabida a nuevas emociones en nuestra vida y de agradecer y todo lo que tenemos, lo que hemos conseguido con nuestro esfuerzo y que podemos disfrutar cada día, incluyendo las personas que nos rodean y cada detalle que nos permite vivir.
El otoño nos ayuda a soltar lo que ya no sirve, a reforzar nuestro interior y a prepararnos para renacer.