¿Quiénes eran realmente las brujas? ¿Cuántas de vosotras que me leéis creéis que también habríais sido injustamente acusadas y condenadas por brujería?
Una bruja era cualquier mujer que osara traspasar los límites impuestos para ellas en los modelos de género dominantes de la época. Cualquier mujer que gozara de cualquier tipo de independencia o que quedara fuera del control masculino era proclive a ser considerada una bruja. Las mujeres sin hombres, solteras y viudas, mayores de cuarenta años, podían fácilmente ser consideradas brujas. Las extranjeras también podían ser un objetivo fácil, pues siempre generaban cierta desconfianza. Muchas brujas eran mujeres que tenían o actuaban con independencia, que estaban dispuestas a replicar y a defenderse. Para que veáis hasta donde llegaba la cosa, en Inglaterra las mujeres que sabían nadar eran consideradas brujas, pues se decía que el agua las rechazaba.
Las brujas eran en la mayoría de los casos mujeres de extracción campesina y pobre, aunque también las había con una situación social acomodada.

Muchas de las acusadas y quemadas como brujas fueron sanadoras y comadronas que por aquel entonces eran las únicas que asistían a los pobres.
Aunque ahora nos parezca una locura en tiempos pasados se tenía la idea de que el nacimiento era un acontecimiento mágico, y las comadronas al ser conocedoras de los misterios que entrañaba, se decía que tenían poderes especiales.
Otra gran cantidad de mujeres condenadas a muerte durante los siglos de la caza de brujas fueron las que ejercían de sanadoras en sus comunidades, «mujeres sabias” conocedoras, transmisoras y guardianas de una sabiduría ancestral transmitida durante siglos de madres a hijas. Ellas fueron las primeras médicas y farmacólogas, conocían las aplicaciones medicinales de muchas hierbas y plantas que cultivaban y recolectaban, y sabían cómo preparar remedios para aliviar el sufrimiento y mitigar el dolor. Las brujas-sanadoras usaban analgésicos, calmantes y medicinas digestivas, así como otros preparados para aliviar los dolores de parto, desafiando a la Iglesia contraria a estas prácticas, según la cual a causa del pecado original las mujeres debían parir con dolor. Además, nuestras queridas antepasadas aconsejaban a otras mujeres sobre métodos anticonceptivos y practicaban abortos. Administraban belladona para parar las contracciones de la matriz en caso de posible aborto. Para que veáis hasta qué punto llegaba el conocimiento de estas mujeres algunas fuentes apuntan a una anciana bruja inglesa como descubridora “no oficial”, la primera en emplear vía oral la planta de la Digitalis purpurea para tratar las enfermedades cardiacas.
La mayoría de las veces se les reconoció todo el merito acusándolas y quemándolas como brujas o simplemente condenándolas al olvido y al anonimato. Sin embargo, el gran Paracelso, considerado el “padre de la toxicología moderna”, afirmó ya en el siglo XVI que todo lo que sabía lo había aprendido de las brujas.
Con la caza de brujas, una gran parte de este conocimiento se perdería y las mujeres quedarían excluidas de la práctica de la medicina por mucho tiempo, hasta que apareciera la figura de la enfermera a finales del siglo XIX, pero eso sí, completamente subordinada a los médicos.
Todas estas mujeres aprendían y transmitían todo este legado y esta valiosa sabiduría de generación en generación desde tiempos anteriores a la llegada del cristianismo. El conocimiento de las plantas y la elaboración de cremas y ungüentos, iba irremediablemente ligada y envuelta con viejos ritos paganos. La mayoría de estas mujeres, vivían en entornos rurales y eran practicantes de viejos ritos paganos de la “Vieja Religión”, prepatriarcal y precristiana.
Todas estas mujeres siempre fueron vistas como una amenaza al orden establecido. A partir de los siglos XIII y XIV se empieza a gestar entre sacerdotes y eruditos una persecución consciente promovida y dirigida contra las mujeres por su sabiduría, por su independencia o simplemente por su inadecuación dentro de los límites impuestos para ellas, que se descontrolaría en el siglo XVII con la llamada “caza de brujas”. Teólogos e inquisidores afirmaban “donde hay muchas mujeres, hay muchas brujas”. La magnitud de la masacre alanzó los 9 millones de acusadas y condenadas, el 80 o más mujeres. La caza de brujas supuso una profunda regresión para las mujeres a todos los niveles y en todos los aspectos de su vida.
Geográficamente, la caza de brujas comenzaría en las montañas de Alemania e Italia, expandiéndose después rápidamente a Francia, Inglaterra, el norte de Europa y España. En Alemania, Francia y Bélgica la persecución fue más brutal que en otros países. Aunque no parece haber muchas diferencias entre países católicos y protestantes, se estima que la persecución fue más dura en los países protestantes. A pesar de la mala fama de la inquisición española, lo cierto es que, en España, los inquisidores se concentraron más en perseguir ciertas herejías religiosas, como la de los “iluminados”, siendo menos proclives a creer en la brujería. La persecución de las brujas en España fue algo menos aguda que en otros países europeos, la inquisición española actuó con más precaución en este tipo de procesos. Al contrario que en el resto de Europa, la Inquisición española mantuvo una postura más escéptica con respecto a la brujería, era necesario tener pruebas y la confesión por sí misma no bastaba, ya que, según la propia Inquisición, la tortura, el miedo, así como las preguntas orientadas, podían llevar a declarar lo que nunca había pasado. El tiempo de tortura estaba limitado a una hora, mientras que en Alemania podía durar hasta cuatro días.
Parecer ser que en algunas regiones de la península se daban más casos de brujería que en otras. Podían encontrarse brujas en cualquier parte, pero especialmente en las entornos rurales, con mayor abundancia de hierbas medicinales a su alcance y donde aún estaban muy arraigadas antiguas creencias y ritos paganos anteriores al cristianismo. En su época más álgida, a finales del siglo XVI y principios del XVII, el número de ejecuciones en España se elevó notablemente, aunque sin alcanzar las cifras de otros países. En mi Tierra el País Vasco fue sonadamente conocido el caso de las brujas de Zugarramurdi en 1610 donde fueron condenadas una gran cantidad de mujeres y hombres. El cristianismo fue ganando terreno en las ciudades, pero en regiones tan alejadas como estas, los ritos paganos estaban a la orden del día. En Euskadi a las brujas las llamamos “sorginak” y eran las ayudante de Mari, nuestra diosa, madre de la Tierra y de la naturaleza y de todos sus elementos. Los expertos no se ponen de acuerdo en cuanto a la etimología de la palabra. Según José Miguel Barandiarán derivaría de sorte + -gin, es decir «echador/a de suertes», aunque también podría proceder de sor + -gin: «creador/a». Existe, sin embargo, otra posibilidad quizá más atractiva e incluso más apropiada, la que resultaría de sortu (nacer) + -gina (la que hace), es decir: «la que hace nacer», la partera. A las supuestas brujas vascas debemos también el ahora tan difundido termino de akelarre (campo del macho cabrío) en el que las «sorginak» se reunían las noches de los viernes para celebrar rituales mágico-eróticos y adorar al diablo.
Otros procesos relevantes serían los de Toledo y Granada. En 1655 fueron ejecutadas 40 personas en Valencia, 31 de las cuales eran mujeres. Galicia era también considerada territorio de brujas, las meigas. En Cataluña, entre 1616 y 1619 fueron condenadas a la horca 300 mujeres.
Lo triste del tema es que la llamada “caza de brujas” continua hoy en día a muchos niveles.